domingo, 31 de julio de 2011

Nos vamos al pantano: Escuela de la Ermita Virgen de la Nueva


Decididos a probar algo nuevo, el pasado sábado al amanecer, tomamos rumbo hacia el Pantano de San Juan, para llegar a la escuela de escalada deportiva de la Ermita Virgen de la Nueva, un lugar de gran belleza natural, con el pantano de San Juan bajo tus pies, donde como no, decidimos darnos un agradable baño posteriormente.

Tras haber probado la adherencia y la caliza y sin saber que nos encontraríamos exactamente, descubrimos un compuesto granítico con  un nuevo tipo de agarre “las regletas” y  una gran cantidad de diedros por donde progresar, escasos en la mayoría de lugares donde hemos practicado la escalada.

Al no conocer la escuela, y como primer contacto nos dirigimos a unos bloques muy próximos al aparcamiento, “Sector Romería 3”  un sector de V, donde con algo de dificultad al principio, fuimos probando las 3 vías que teníamos sobre nosotros: Picharán V; La Romería V+ y La Naranja Mecánica 6a, todas ellas vías cortas, pero entretenidas. Una vez que el sol decidió ponerse sobre nosotros, nos dirigimos a comer algo y a darnos un buen chapuzón.






A la tarde tras el merecido descanso, tomamos rumbo al sector “Vacaciones en el Mar” donde había una deseada sombra, sin buscar ninguna vía en concreto nos topamos con “Sin diedro no me aferro: 6a tocando el diedro y 6b+ sin él” y  “Volando entre bloques V+”, vías algo más largas que las de la mañana y muy entretenidas.









Después de la gran impresión sobre esta joven escuela, damos por hecho que volveremos bien pronto.

Para mas información sobre la escuela, croquis de las vías, aproximación... visitar la web de su equipador y creador: Braulio Expósito

jueves, 14 de julio de 2011

de Miércoles...

El pasado Miércoles, tras terminar la mayoría del grupo la jornada laboral intensiva de verano, quedamos en la localidad de Tres Cantos para marchar juntos dirección Patones y llegar a la escuela deportiva de caliza del Ponton de la Oliva.

Al ser un día laborable y no hacer un calor achicharrante, nos decantamos por escalar  en el tendido de sol, a pesar de que estamos en pleno mes de Julio. Elegimos el sector Maracabio, ya que lamentablemente los fines de semana tienes que pedir turno, y si te lo conceden podrás escalar.

Siendo un grupo numeroso y al no estar ocupada ninguna de las 3 vías que queríamos realizar, montamos tres cordadas,  en unos V del sector elegido: Los derechos de los novatos. Vº(Q) - Obra de jardinería .Vº(E) - Firme en mal estado. V+(E).

La primera es bastante sencilla, y para calentar viene estupendamente.

Obra de Jardinería: Esta tiene un inicio un poco más físico, y en un tramo intermedio, un paso bastante entretenido de adherencia

Firme en mal estado: Esta última tiene un inicio algo más físico que la anterior, el grado es más mantenido y termina con un  paso de adherencia similar al de la vía anterior, con un buen cazo para tirar de brazos.

En resumen, tanto los más novatos del grupo como los que lo somos menos, pasamos una tarde estupenda a pesar de las abejas, los zapatos de charol y la benemérita.







Alex

lunes, 11 de julio de 2011

Crónica: Circular de Ordesa

“Y si no apostáis la vida, es que no la merecéis”
Friedrich Schiller

Del 22 al 26 de Junio 2011

DIA I: Madrid - Pradera de Ordesa
DIA II: Pradera de Ordesa - Clavijas de Cotatuero Brecha de Roland - Refugio de Sarradets
DIA III: Refugio de Sarradets - Taillon - Refugio de Goriz
DIA IV: Refugio de Goriz - Cilindro de Marboré - Pradera de Ordesa - Torla
DIA V: Torla - Madrid

Tras reunirnos en la castellana capital de Madrid, partimos en un sólo vehículo los cinco componentes de esta excursión. Veníamos de diferentes puntos de Castilla, como también eran diferentes nuestras perspectivas, o motivaciones, aunque todas ellas se unían en un punto común, disfrutar de unos días entre el verdor húmedo de los bosques de Ordesa y el frío viento de las cimas pirenaicas.


Después de un largo e incómodo viaje -parte del material no cabía en el maletero y tuvimos que soportarlo, literalmente, encima de nuestras piernas- llegamos por fin, a la Pradera de Ordesa.Desentrañamos el tetris mochilero del maletero, nos repartimos nuestras pertenencias y montamos sucintamente un vivac con nuestros sacos y esterillas, bajo el simple amparo de un árbol al lado del vehículo. 
 
Esperábamos lo peor, no era para menos pues llevábamos observando los destellos fulminantes de los relámpagos en las altas cumbres desde hacía un buen rato, hasta que de repente rompió, sobre nosotros, una tromba de agua que nos hizo correr y sudar hasta poder guarecernos en el pórtico de los baños públicos de la Pradera. Una vez instalados, tras alguna queja y devaneos por parte de alguno, logramos conciliar el sueño hasta el amanecer, si bien es cierto unos mejor que otros.


A la mañana siguiente repusimos ganas y fuerzas tras un frugal desayuno, tomamos sin demasiada demora el camino por el bosque en dirección a las Clavijas de Cotatuero. Andamos, paramos, resbalamos, por la humedad acumulada en tan tupido bosque, pero todo sin la mayor sorpresa. Pensábamos y disfrutábamos de nuestras expectativas en esta excursión, sabíamos que esto no era más que la ineludible aproximación a la aventura, al peligro que consciente o inconscientemente buscamos algunos de nosotros.















Al final empezamos a ascender por algo más que árboles, arbustos y algún que otro animal. Poco a poco encontrábamos pasos más inclinados hasta que por fin, sin darnos demasiada cuenta,estábamos situados frente al inicio de las Clavijas de Cotatuero. Habían pasado pocas horas desde nuestra salida pero ahora sabíamos que la aventura era real y que estábamos allí jugando con nuestra vida, no ya como meros habitantes del mundo, sino como auténticos hombres libres que sortean los problemas de la vida voluntariamente a riesgo de perderla. Nos mirábamos, los semblantes cambiaron, algunos enmudecieron, otros por el contrario brillaban con luz propia. Paso a paso fuimos pasando por cada una de las metálicas clavijas que en el año de 1881 fueron instaladas por dos herreros aragoneses del cercano pueblo de Torla. Claro está, no fue por disfrute de la montaña, sino por petición expresa de un cazador británico que quería subir y bajar más rápido a Cotatuero, donde le esperaban mejores y más trofeos de caza.
Al finalizar el paso aéreo de las Clavijas, pudimos contemplar una magnífica cascada que despeñaba sus frescas aguas directamente al abismo. Unos escansaban de este mal trago, en cambio otros, se quejaban de la excesiva brevedad de este paso. Como siempre, donde unos buscan paz y tranquilidad otrosbuscan sentirse vivos. ¿No es realmente cuando más nos sentimos vivos cuando percibimos la fragilidad de perder nuestra vida? Para algunos esta idea o sensación es una completa excentricidad de mentes enfermas, para otros es la simple consecuencia de la vida aburguesada a que hemos sido sometidos.


Independientemente de las sensaciones sentidas y guardadas en nuestra memoria, ascendimos hasta una hermosa pradera verde donde ya se empezaron a ver -por primera vez para algunos de nosotrosla flor de las nieves, la Edelweiss. Descansamos un rato aprovechando para tomar alimentos y refrigerios, así como para disfrutar del precioso paisaje que se nos presentaba ante nosotros. Justamente, nos hallábamos en la frontera entre dos mundos, en el limen entre dos espíritus. Por arriba la escalera al cielo, la búsqueda del mors triumphalis; por abajo, la vida contemplativa, la búsqueda del Paradesha.

 





Continuamos la ascensión entre piedras y peñascos, viendo continuamente maravillosas flores que alegraban nuestra sudorosa mirada. Ahora buscábamos un vidente y mítico objetivo, la Brecha de Rolando. Según cuentan las antiguas leyendas aragonesas, Rolando, tras sufrir la derrota en Roncesvalles fue a buscar cobijo al otro lado de los Pirineos pero llegando a este punto, se sintió acorralado y sin salida pues una alta muralla natural se alzaba ante él.


Para salir airoso de este acorralamiento de riscos y nieves lanzó su espada, Durandarte, contra el pétreo muro rompiendo parte del mismo y formando un paso franqueable para sí y sus tropas. Fue de esta manera como se formó la Brecha de Rolando.







Debido a la acuciante proximidad de la hora acordada para la cena en el Refugio de Serradets -justo abajo de la Brecha, en la vertiente francesa- opté por adelantarme -sin demasiadas prisas pero con paso firme- a mis compañeros para confirmar la reserva y posponer, al menos un rato, la cena. Antes, al llegar a la Brecha de Rolando y asomarme a la vertiente occitana de los Pirineos pude contemplar un magnífico hecho natural tan sólo perceptible desde las alturas: un mar de nubes. Es algo majestuoso a la par que sorprendente, te transporta literalmente a otro mundo puesto que las nubes sólo dejan entrever los picos más altos, para dejar bajo su manto de blanco algodón, el resto de elementos ya típicos de las panorámicas pirenaicas como son los verdes valles, los ríos, las cascadas e incluso, por que no decirlo, los pintorescos pueblos y casas, algunas ancladas en laderas increíblemente prominentes.


Sin poder reprimir a mi espíritu tuve que tomar unos minutos de descanso y reflexión contemplando este suceso tan habitual en las montañas y tan raro para los que habitamos -por el momento- la llanura y la urbe. Después, paso a paso, llegué a través de la bajada nivosa al refugio, hablé con las amables guardas del refugio y confirmé la cena para las ocho de la tarde. Al poco rato, mientras descansaba y tomaba unas instantáneas del maravilloso paraje del circo de Gavarnie, vi llegar por parejas a mis compañeros. Ya estábamos todos, sólo nos restaba cenar, charlar un rato sobre los paisajes contemplados e ir a conciliar el sueño, o cuando menos intentarlo.






A la mañana siguiente, a primera hora tomamos un reconfortante desayuno, aunque no demasiado cuantioso lo suficiente para darnos las primeras energías para emprender el viaje con dirección al refugio de Góriz.


Pasamos otra vez La Brecha de Rolando y en este punto dividimos el grupo en dos, tres marcharíamos hacia la cumbre del Taillón y los dos restantes irían directamente hacia el refugio.Eso si, antes disfrutarían de cada pradera, de cada balcón y de cada piedra, no tenían ninguna prisa. Nosotros en cambio, sin ser devotos de la rapidez, si eramos conscientes de tener que andar a buen ritmo sino queríamos demorar demasiado nuestra llegada a Góriz.




Ya puestos de camino a la cumbre del Taillón o Punta Negra, tuvimos que realizar varias paradas para poner o quitar nuestros crampones, el constante cambio de ausencia o presencia de nieve los hacía imprescindible. Precisamente, la muralla que separa a un Estado del otro nos cobijaba en una sombra muy reconfortante mientras andábamos, pero cada que vez que parábamos, el gélido viento que soplaba desde las alturas nos hacia estremecernos. Tanto es así, que opté por continuar andando en busca del calor del astro supremo. Realicé una parada en el llamado “Dedo”, delimitador de la llamada Falsa Brecha, pero esta vez el peligro de desprendimientos del “Dedo” me obligó a partir de nuevo. Tras alguna espera que otra a mis compañeros, llegué hasta la cima donde encontré a un nutrido grupo de jubilados franceses; también a un grupo de chilenos con lo que charlé sobre sus mágicas montañas andinas y algunos de los misterios que guardan. Al fin, llegaron mis otros dos compañeros con los que disfrutamos, ahora si, en conjunto de las excelentes vistas desde la cumbre.


Se apreciaba el macizo del Comachibosa, entre otros. Después repusimos energías con una breve comida y descendimos este tresmil con dirección a Góriz. 

Hicimos una travesía por una nieve sorprendentemente dura para estas fechas, más tarde pasamos por las cadenas para por último ir en busca de las cuevas de Casteret. Consultamos los mapas, a un grupo de montañeros franceses y al final, descubrimos que estaban justo encima de nosotros con la entrada casi bloqueada por la nieve.  Otra vez será, pensamos, ahora queríamos llegar al Refugio de Góriz y descansar un poco de tan sofocante calor.


Ya entre peñascos y piedras fuimos descendiendo hasta una llanura que no abandonaremos casi hasta al llegar al refugio. Contemplamos la inmensidad de la planicie situada a más de 2.000 metros y casi en todo momento no dejamos de admirar la mejor vista del Monte Perdido, es distante pero magnífica. Permite ver este pico con total magnificencia, como un águila posada sobre un alto risco que observa impasible la eternidad. Discerníamos sus hombros y su cabeza, los diferentes tonos que la componen, desde el blanco puro nivoso hasta el negro más profundo, los riscos y neveros eran su plumaje. Qué plumaje más altivo y proporcionado pude crear un sin fin de toneladas de roca y hielo organizados caóticamente. Una vez más, encontramos el gran orden cósmico ante nuestra pequeñez de miras y de cuerpo.


Al fin llegamos al refugio, tras una pequeña parada bajo las sombras de las piedras. Estaba claro que habíamos abandonado la soledad de las alturas para encontrarnos de lleno con el gentío ensordecedor y en muchos casos maleducado, pero ahí estábamos reunidos con nuestros otros dos compañeros y rodeados de un montón de gente que también quieren disfrutar de la montaña, aunque de las más pintorescas de las maneras.


Cenamos una copiosa y picante cena que nos dejó recuperados hasta la mañana siguiente. Todos los componentes de nuestra pequeña expedición se fueron a dormir al refugio excepto yo, que preferí hacer un vivac y no tener que aguantar el calor, el ruido y las malas formas de muchos de los formantes de la clientela. No quería repetir una noche como la anterior. Por el contrario, fuera, me esperaba una noche más tranquila, fría y con un techo sin humedades ni goteras, tendría un techo inmejorable con un fresco exquisito, la bóveda celeste y sus millones de enigmas. ¿Quién no gusta de pasar pensando una noche entera en el universo?


Irremediablemente caí rendido, hasta la mañana siguiente cuando el reloj me despertó, tenía que ir a desayunar junto a los demás.


Sin perder demasiado tiempo partimos hacia nuestro objetivo de mayor envergadura de toda la excursión: El Cilindro de Marboré con sus 3.525 metros exige no sólo una aproximación y una pala de nieve o roca -dependiendo de la estación- sino que ahora en este tiempo, donde sólo quedan neveros, presenta dos resaltes de roca de 30 metros uno y de cinco metros el otro. Pero dejando al lado, por el momento, la última parte de la ascensión al Cilindro, empezamos la ascensión por las escaleras que nos introdujeron de lleno en el valle por donde se alcanza el lago helado y ya desde esa posición se puede acceder al Cilindro y al Monte Perdido por la vía normal, entre otros picos.


Fue una ascensión bastante concurrida hasta el lago helado, tanto es así que llegado un momento empezamos a sentir -cada vez más fuerte- un nauseabundo hedor escatológico. No lo podía creer, a casi 3.000 metros de altitud y me sentía caminando por una enorme letrina. Esta claro que la masificación humana no es buena ni para nosotros mismos, no digamos lo que tienen que soportar el resto de seres vivos que comparten el planeta con nosotros. Una vez más, una pena. No rechazo que la gente acuda a la montaña, lo que rechazo es el punto en el que nos hallamos donde todo está masificado, sobre todo lo sencillo claro está.


Mientras para ir al Cilindro vimos tan sólo tres grupos y poco numerosos, para ir al Monte Perdido -por la vía normal desde luego- se veían a cientos. No es que la ascensión al Cilindro sea complicada es que necesita algo más que andar, y eso a más de uno le acongoja, por suerte para él y para el resto de los mortales.


Al llegar al lago helado pudimos contemplar, entre tiendas y multitud de personas, el excepcional lago, ahora, medio congelado. Teñido de lanco, gris y azul, también presentaba turquesa, añil y violeta. Qué profundo regalo hubiera sido el poder disfrutar de tan hermoso paisaje en la más absoluta soledad. Otra vez será, hay rincones que se descubren acompañados y se vuelve a ellos en solitario para poder disfrutarlos.


Tomamos dirección a la pala que sube en perpendicular en dirección suroeste hasta el primer resalte, comentado más arriba, aquel de unos treinta metros.


Entre resbaladizos detritos de roca suelta y arena subimos hasta un nevero que llega hasta el final de la pala. Sin superar los 45 grados de inclinación, el calor y la nieve pegajosa nos hizo desear otras condiciones más invernales. Añadir a esto que ante la inexperiencia de alguno, este tramo le sirvió para templar los nervios y empezar a sentir los verdaderos desafíos de la montaña.








Llegamos, observé la vía, intuí los agarres y por último, preparé el material para abrir la vía del resalte, sin ser difícil -es de III grado- nunca deja de emocionar y tensar los músculos a la par que aviva el instinto una trepada sin equipar con una buena caída ante un fallo. Una vez en la reunión -ésta si posee dos químicos- preparé todo para ir asegurando a los cuatro compañeros restantes. Uno a uno fueron subiendo y sin más dilación fuimos cresteando en dirección ascendente hacia la cumbre. Franqueamos algunos pasos aéreos hasta que llegamos al segundo resalte. Las crónicas que habíamos leído decían un pequeño escalón, pero lo que vimos nosotros en esta situación sin nada de nieve -supimos después que en condiciones invernales se forma una cornisa que reduce el escalón a un metro- era un pequeño escalón de unos cuatro o cinco metros bastante liso y con un patio a la derecha considerable. A estas alturas   -en todos los sentidos- yo estaba firmemente convencido de que iba a pasar, no había llegado hasta allí para darme la vuelta, como tampoco iba a ponerme en esos momentos con actitud dubitativa. Casos similares ya vividos, hacen a uno tener una clara resolución sobre el control psicológico de uno mismo.












En un primer momento iba a ascender en libre, no era nada difícil pero ante las quejas de mis compañeros, decidimos montar una reunión en una piedra para asegurarme ante una posible caída y una vez arriba, poder montar una reunión para asegurar al resto. Dicho y hecho, me limpie las punteras para quitar la gravilla y tierra, proclives a los resbalones, y ascendí poco a poco, a paso seguro, monté un “friend” en una gran piedra que hace las veces de pasa manos. Después, una vez superada esta barrera, para algunos más psíquica que física, fueron ascendiendo con rapidez todos mis compañeros presentando una enorme alegría al poder franquear este “pequeño” escalón de forma segura.


Ya sin más dificultad que poner un paso sobre otro llegamos hasta la cumbre del Cilindro. Qué exultantes vistas teníamos, el lago de Marboré, azul turquesa como el mar Caribe, el Monte Perdido en toda su plenitud y todo el resto de picos y macizos que esos 3.325 metros dan como inigualable observatorio. Las manos, algún abrazo, las fotos y a respirar ese aire puro, ese aire con sabor a victoria. Es en esos momentos cuando todo cobra sentido, cuando entendemos -aunque de forma irracional y por ende emotiva- el por qué de lo que hemos hecho, comprendemos por qué vivimos y qué hemos venido a hacer en el mundo. Algo, que sino no se busca no se puede sentir.


Una vez reconfortados de la tranquilidad que garantiza una alta cumbre, descendimos con cuidado y cautela. Recordé aquella máxima de la ciencia de la transmutación que dice que no se termina el proceso en la tercera fase caliente, sino en la cuarta y última, en la más luminosa. En nuestro caso, no es la coronación de un pico el fin del proceso, sino el descenso completo hasta el punto de partida lo que permite finalizar exitosamente el proceso.


Para asegurar, en la medida de los posible, una triunfante “transmutación” realizamos dos rápeles, uno por resalte, para seguidamente adentrarnos en la pala, esta vez por el margen derecho para así evitar la nieve, ya muy pastosa debido al fuerte sol de toda la mañana. Pegamos resbalones al ceder piedras y también al ceder nuestras botas en la fina arenisca, pero llegamos sin ningún percance al Refugio de Góriz. Una vez allí, recogimos todo nuestro material dejado en las taquillas, principalmente los enseres para dormir y asearnos- Una vez tomados los respectivos refrigerios y aireados nuestros pies, partimos ya algo descansados -era de obligada necesidad para alguno- con rumbo hacia la Pradera de Ordesa.


Desde que salimos por la mañana del refugio estuvimos más horas andando de las que puedo recordar, pero lo que si puedo recordar con asombrosa claridad fue la hermosa cascada de agua conocida como la Cola de Caballo, las gradas de Soaso, el verde intenso de los espesos bosques y la desbordante agua por doquier. Fueron las últimas visiones antes de adentrarnos en la oscuridad prematura, proveída por el frondoso bosque y caminar a golpe de linternas y frontales hasta la ansiada Pradera.


 



Tuvimos alguna que otra duda en bifurcaciones, erramos en alguna ocasión nuestro rumbo,maldecimos las dichosas piedras cuando forzaban nuestros tobillos pero al final, una vez en nuestro destino el sentimiento era profundo y general, una satisfacción infinita nos dominaba, también el cansancio y el sueño pero, ¿No es esa sensación somnolienta y de satisfacción consigo mismo la mayor felicidad? 

Alejandro